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Se nos está olvidando lo importante que es para el ser humano, todo aquello que nos hace personas: los vínculos reales y desnudos, el desarrollo de las fortalezas que nos permiten sobrevivir y crecer en una realidad sin maquillajes, los valores éticos que nos permiten construir un presente común, la importancia de saber cuidarnos y cuidar.

Reivindiquemos la educación del sufrimiento para ser tolerantes y gozar de una mejor salud mental desde la infancia. Nos alarmamos cada vez más con las noticias de intentos de suicidios de adolescentes cada vez más jóvenes. Por nuestros programas pasan jóvenes y familias en busca de una solución al sufrimiento. Pero un malestar psíquico que no se soluciona con una pastilla, sino con trabajo, terapia, con diálogo, con la recuperación de vínculos emocionales, de sentimientos.

La sociedad actual con su frenético ritmo, sus exigencias y su forma de afrontar la vida, está creando más pacientes mentales de los que podemos tratar. Estamos psiquiatrizando el sufrimiento que conlleva vivir. Y las cifras de consumo de fármacos para aliviarlo así lo constatan.

Se nos está olvidando lo importante que es para el ser humano todo lo social; los vínculos reales, el establecer relaciones, el poder afrontar las cosas de la vida cuando son difíciles. La sociedad antes estaba construida para que no todo dependiera de las madres y de los padres, sino que había una sociedad montada en donde cuidar de los demás era una función. Así que subrayo la importancia de las relaciones sociales, del entorno y alejémonos del falso consuelo que son las pantallas y el mundo digital.

Tampoco se trata de ser padres de manual, porque eso también ha perjudicado la crianza “Creo que hacemos una crianza tan perfecta y tan de manual por nuestro narcisismo, ósea, para sentirnos suficientes y valiosos porque estamos expuestos a la opinión de todo el mundo. Ese temor a no hacerlo siguiendo las reglas de la sociedad, esos miedos trasladados a que los hijos no sean suficientemente buenos, listos, altos y guapos … y que eso refleje el fracaso como padres es lo que termina ahogando las relaciones con los niños. Nos hemos acostumbrado a rentabilizar todo lo que hacemos. Tenemos que sacar partido a las acciones que realizamos como padres. Hemos llevado la terminología del mercado laboral al plano familiar. Si preguntamos sobre la cantidad de información que existe hoy en todos lados cuando uno toma la decisión de desarrollar la paternidad y la maternidad, que hace que nos desinformemos. Los demás nos frustran, nos llevan la contraria y eso es necesario, es sano. Pero hay que aprender a manejarlo.

El sufrimiento y la frustración conllevan vivir una vida real y conectada de verdad con los demás. Atender el dolor humano antes de que se convierta en enfermedad. Que nos duelan las cosas de la vida es normal, pero necesitamos que nos enseñen a gestionar el sufrimiento desde la infancia, desde nuestros hogares, y en el colegio, como una asignatura más.

Tampoco se trata de volver a dos generaciones atrás, donde las relaciones eran más rígidas y escasas. Estábamos en un buen momento en el que podíamos quitar las cosas que había negativas y sumarle las buenas. Pero no lo hemos hecho, hemos desterrado todo. Y, es donde llega el gran problema de la salud mental en el siglo XXI “Ahora ante todo me tengo que sentir bien” Esto lleva a denigrar todo tipo de crianza anterior: Poner límites, la cultura del esfuerzo, y la existencia de la jerarquía, la figura paterna y materna, están muy demonizadas. Lo importante es “sentirse bien”.

En realidad, creo que hay que apostar bien por una correcta salud mental. ¿Cómo? Bajo éste término podría englobarse un buen desarrollo, equilibrado y armónico de todas nuestras necesidades y capacidades. Más que ser felices sin más. En ese desarrollo los adolescentes se les tiene que poner límites, porque lo necesitan. No creamos que preguntarles siempre es algo positivo. Para ellos puede ser agotador, puede robarles la seguridad que necesitan o pueden crecer creyendo que siempre van a opinar en un mundo donde es necesario que aprendan cual es su sitio. Ni menos, ni más.

Y más importante todavía: Seguir ahí, porque siguen necesitando del apoyo de sus padres. No podemos esperar que lleguen a esta etapa para considerarlos independientes. Ahí tienes las llaves, el móvil y unos horarios. Ahora tus decisiones son sus responsabilidades. Eso es un grave error.

El siguiente fallo que se comete es considerar a niños adolescentes. “Porque en estos tiempos se ha adelantado la etapa de la adolescencia”, soniquete que lo justifica todo. La adolescencia es una transformación neuronal, de un cerebro infantil a uno más maduro. Este proceso conlleva una serie de alteraciones neurológicas anatómicas y, por lo tanto, mentales y emocionales. Hay cambios en la corteza prefrontal. Así que un niño o niña de 9 o 10 años “no es un adolescente” porque nosotros lo pensemos, es porque a los adolescentes les hemos dado la capacidad de que decidan.

Decisiones que requieren de acompañamiento, consejo y límites. Un adolescente nos necesita muchísimo. Sigue requiriendo que sigamos criándole, que le sigamos acompañando, poniendo límites, dándole amor. No que le dejemos hacer lo que quiera, porque ellos están muy asustados con todo lo que sienten y han de contar con todo el apoyo desde casa.

Muchos adolescentes desarrollan trastornos de la conducta alimentaria para que, a través de la alimentación, te sigas relacionando con ellos y sigas cuidándoles, aunque sea a través de un síntoma, no como cuando eran un bebé. Esta etapa no es fácil y requiere de esfuerzo y dedicación. De todo un reajuste en casa, en las relaciones de pareja y familiares. Y por eso no debemos potenciar la paternidad y la maternidad a cualquier edad sin consecuencias. Ser padre o madre en los extremos de la vida es un factor de riesgo para la crianza, un factor de riesgo para la salud mental.

No se trata de una mera programación de tiempos o espacios con ellos, como si de una tarea más al día se tratase, sino de estar de verdad. De soltar el móvil y sentarse con ellos a jugar, a hablar, o participar en actividades en los que de verdad los padres descubran cómo son sus hijos. Sin presión social.

Porque de nuevo esos primeros impactos en la salud mental de los más pequeños se dan en el hogar. Creo que hay que hacer una pausa porque nuestros adolescentes y nuestros menores nos lo están pidiendo y que reorganicemos un poco las cosas. Esto no lo van a hacer los políticos, ni los empresarios, ni las empresas de internet, ni nadie. Solo es de las madres y los padres. Asumamos la responsabilidad que tenemos.

Hagamos alusión a la “tormenta ideológica” a la que se someten los más pequeños de la sociedad. Se utilizan la infancia y la adolescencia como escenario para reivindicar unas ideologías políticas. Y de hecho “se deja en manos de las pantallas el como les llega la información de los géneros, la educación sexual, el cómo me siento… Incluso se llegan a banalizar algunas de estas situaciones y esto es una problema de una sociedad en la que todo tiene que estar idealizado.